LA EDUCACION NACIONAL

En nuestra época, tan democrática, o mejor,
tan plebeya, “la educación” y “la cultura” “deben” ser,
sobre todo, el arte de engañar sobre el origen.

Al momento de realizar un diagnóstico de la Educación en Chile, ya sea en forma pública o privada, en la mayoría de los casos se tiende a cometer un error a priori, atribuyéndole cualidades a esta concepción que no son propias de ella.

Es una práctica habitual establecer que la Educación debe “mejorarse”, como si se tratara “corregir”, de “sanar” o de “reparar” algo que se encuentra “enfermo” o “debilitado”, pero que lamentablemente no es comprendido en su real dimensión, porque se olvida que el objetivo fundamental de la Educación es contribuir a la acción unificadora de la Nación, como expresión colectiva de una voluntad superior, basada en la herencia de ésta y proyectada como legado para las generaciones futuras, anhelando un objetivo común, que permita la existencia permanente de la Patria y de quienes la constituyen.

Sí, porque la Educación es un Ideal al cual se debe aspirar y que la Nación, como unidad de destino en lo universal, es convocada a organizarse a través de cuerpos sociales que sean los permanentes sustentadores del Estado, porque a través de ellos es posible concretar el ansiado proyecto de una Educación Nacional.

En consecuencia, aquello que debe ser mejorado o, mejor dicho sobrepasado, es la condición de los cuerpos sociales. Estas jerarquías son las llamadas a reestablecer el orden natural, puesto que el Hombre es un proyecto, un Espíritu Libre al cual se le debe dotar de una Personalidad a fin de éste alcance la propia realización personal y social, y por lo tanto, encargadas de guiar la formación de nuestra juventud, entregando una orientación basada en principios y valores trascendentales, propios de la Identidad nacional, para que de esta manera, de una vez por todas, nos liberemos del mercantilismo propio de la economía de especulación financiera y de las doctrinas liberales de derecha y de izquierda.[1]

La acción de dirigir y formar a la población dentro del proceso educativo, que le caben a las corporaciones sociales debe ser abordada por Juntas Nacionales, compuestas por centros de apoderados, federaciones de estudiantes, gremios de profesores, representantes de establecimientos educacionales y autoridades competentes, unidas con capacidad resolutiva en los lineamientos de los programas[2].

El solo incentivo a que se promuevan estructuras participativas traerá como consecuencia que la población se organice corporativamente[3], residiendo en ellos el poder de autodeterminación y de decisión, contrariamente a lo que desea cualquier tipo de gobierno, debido a que el monopolio de la representación social desea ser controlarlo sólo por medio de los partidos políticos y sus organizaciones afines.

[1] Dicho sea de paso estas doctrinas no tienen nada de liberales porque al ciudadano común y corriente no lo liberan de nada, más aún, cuando pueden le suben los impuestos y le exigen muestras de confianza a través de encuestas, manteniendo el control por medio del “yugo del pan cotidiano”. Si realmente estas doctrinas fueran liberales, deberían éstas liberarnos de la esclavitud del dinero, transformando nuestra economía en una economía basada en el trabajo, quebrantando el interés del dinero por el cual vive sin trabajar el usurero. Lo más semejante a esta combinación serían los porotos con riendas, sólo que esta mezcolanza se encuentra pegada en el fondo de la olla, siendo muy difícil su limpieza.

[2] La independencia de estas estructuras debe mantenerse desde los niveles básicos, como por ejemplo, una Junta Escolar de un determinado colegio, la cual sea capaz de decidir con carácter resolutivo el programa educativo que será proporcionado a sus alumnos.

[3] La palabra corporativo proviene de corporal, o sea, cuerpo. En este sentido una estructura corporativa es un todo, puesto que es un cuerpo compuesto por diversos órganos que anhelan un objetivo común.