Por Carlos Agüero


"FUEGO EN LA FRONTERA"
Autor: Salvador Reyes
Editores
: Arancibia Hermanos
Santiago
, 1968.

A Salvador Reyes (1899-1970), Premio Nacional de Literatura 1967, se le asocia con el criollismo, aún cuando el rótulo de “imaginista”, impuesto por la crítica de la época, era precisamente para distinguirlo de los escritores criollistas. Resulta curioso ver cómo en sus escritos, desde su perspectiva cosmopolita, mantenía siempre un nexo perenne con Chile. Lo más interesante es que su última obra “Fuego en la Frontera”, editada en 1968, fue una encendida defensa de los intereses chilenos en la Patagonia, un desahogo frente a tanta indolencia. En apenas 160 páginas, Reyes sintetiza magistralmente nuestra azarosa historia limítrofe con nuestros vecinos argentinos. Por ser de sumo interés actual, nos permitimos reproducir interesantes fragmentos de este libro:

“Hemos preferido dejar las cosas al tiempo, esquivar la imposición enérgica de nuestros derechos, produciéndose por ello infinitas y engorrosas complicaciones. Es posible oír aún hoy a destacados chilenos que la conveniencia de nuestro país está en reducir sus fronteras, parta llegar a constituir un pequeño conglomerado bien consistente. Para esos compatriotas nada significa sacrificar territorios valiosos que nos pertenecen histórica, jurídica y geográficamente. Como si el chileno hubiera perdido su dignidad patriótica, esos personajes declaran que debemos desprendernos de tales o cuales islas y tierras, que, según ellos, de nada sirven en beneficio de la paz”. (pág. 24)

“La supeditación de Chile a la política argentina viene de muy lejos, desde las guerras de la Independencia, y por razones psicológicas, se ha mantenido casi inalterable hasta nuestros días en la historia de las relaciones entre ambos pueblos... El chileno, al revés, se somete al argentino sin ninguna reserva, con entera confianza y hasta con una especie de alegría.” (pág. 31)

Sobre la gestión en Argentina de José Victorino Lastarria, su juicio es categórico:

“El gobierno habría debido, sin duda, poner violento fin a la misión de Lastarria, pero tenía que guardar consideraciones a quien pasaba por un gran chileno. ¿No se le sigue considerando como tal? ¿No tiene Liceo, estatua y calle en Santiago? Si ese gran hombre hubiera poseído un mínimo de la honorabilidad, habría renunciado a su misión, sabiéndose impedido a cumplirla por sus convicciones, en vez de polemizar de manera tan vergonzosa con quienes habían depositado confianza en él”. (pág. 63)

En el capítulo final, como colofón nos dice:

“El pasado y el presente nos señalan un camino perfectamente claro. Nuestro deber no es otro que el de convertirnos en un país sanamente nacionalista, sin ambiciones de hegemonía, pero resuelto a defender lo nuestro “Por la Razón o la Fuerza”, en un país alerta y dotado de material de guerra moderno y eficiente. Tenemos dinero para pagar con grandes rentas y ventajas los compromisos electorales de los candidatos triunfantes. Más de acuerdo será consagrar ese dinero a tomar medidas para preservar nuestras vidas. Poseemos material humano de tan buena calidad, que nos exime de la obligación de entregarnos a la carrera armamentista que tanto alarma a los políticos de asambleas. Una política enérgica, previsora, un armamento moderno y completo, nos bastan” (pág. 152)

Salvador Reyes fue fiel a su dictado interno, logrando hacer una vida hermosa, que difícilmente se concilia con la literatura, pero que a la postre entrega mayores satisfacciones.


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