por Carlos Agüero


ALBERTO BLEST GANA
Y LA GUERRA DEL PACÍFICO

La fecunda producción literaria de Albeto Blest Gana (1830-1920), dieciocho obras, –entre ellas Martín Rivas, Durante La Reconquista, El Loco Estero, El Ideal de un Calavera, Los Transplantados–, y ser considerado el padre de la novela chilena, no merman su otra faceta, tal vez la más interesante: la de Diplomático y Jefe de Espionaje, cuyas actividades lograron, mediante informes diseminados por Europa, que Perú y Bolivia no pudiesen adquirir el material bélico necesario durante el conflicto del Pacífico.

En diciembre de 1866 el novelista abandona el país rumbo a la capital de Estados Unidos con el rango de Encargado de Negocios. Desde ese entonces nunca más regresará a su Patria. Su residencia definitiva se fija en Europa: Ministro en Londres (1868) y Jefe de misión en Francia (1869). Su aporte al conflicto bélico de fue tan fundamental que puede decirse sin exagerar que sin su eficaz ayuda es improbable que Chile hubiese salido victorioso. Mediante operaciones clandestinas, de desinformación, viajes secretos, Blest Gana desbarató compras de armas del enemigo, burló restricciones que afectaban a nuestro país para abastecerse de armas en Europa. Por eso no nos deja de llamar la atención el que se le presente como un hombre entregado exclusivamente a las letras, restringiéndose su vida y obra a asuntos meramente estéticos.

Con su admirable espíritu de sacrificio, mediante operaciones encubiertas, el novelista frustró la compra de acorazados por parte de Perú, que habrían sido funestos para la modesta Armada chilena. Su red opera hasta Constantinopla, donde torció voluntades a través de un subalterno, el comandante Luis Lynch, quien impidió que el enemigo adquiriera la principal nave de la flota de guerra de Turquía, país a la sazón en bancarrota.

En muchas ocasiones el novelista financió con dineros propios las operaciones de espionaje. En un momento la Cancillería llegó a reducir su sueldo súbitamente a la mitad, obligando a Blest Gana a mantener dignamente a su mujer e hijos en Europa.

Como siempre ocurre en nuestro país, ni sus meritorios esfuerzos prestados Chile fueron obstáculo para que se le obligara –en la presidencia de Manuel Balmaceda– a renunciar; un hermano del Presidente, José Ezequiel, logró que el escritor dejará su cargo diplomático en 1877. Así se le premió. En la actualidad no existe ninguna nave de guerra de la Armada, un regimiento, calle importante o plaza que lleve su nombre. Su ejemplar trayectoria de servidor público debería impulsarnos a rendirle un justo homenaje.


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