CRÍTICA AL LIBERAL-SOCIALISMO
(Primera Parte)

por Fernando Saieh Alonso,
Secretario General del Instituto Histórico Arturo Prat


Asistimos al más grande espectáculo político de fin de año. Por un lado, la izquierda apelando al tradicional elenco de actores nos trata de imponer a “La Madrastra”, los del centro repartiendo indulgencia plenaria a través del humanismo cristiano nos prometen la salvación, y la derecha… bueno, la derecha con su vasto despliegue comunicacional ha dado la posibilidad de presenciar el último capítulo de Laurel y Hardy.

Claro está que, nuevamente, se nos dirá que “la ciudadanía ha dado una muestra de profunda conciencia cívica” y que “los chilenos hemos demostrado en las urnas, una vez más, nuestra larga tradición democrática”.

Palabras y más palabras, pero en el fondo no es más que el perpetuo camino hacia la consagración de una democracia que solo algunos entienden y que únicamente establece la dictadura del Liberal-Socialismo; ideología que ha aniquilado todo propósito de recuperar la tradición en nuestro país, contaminando la sangre de Chile por medio del materialismo y del globalismo de los negocios y de la fe.

El Liberalismo[1]

Hace casi dos siglos, luego del surgimiento del Contractualismo en la Francia pre-revolucionaria, aparece en el mundo un sistema que, sustentado sobre la base de hacer prevalecer el interés general por sobre el egoísmo individual, establecía la posibilidad de alcanzar la armonía social a través de Leyes que regulaban -a modo de un gran Contrato Social- la relación entre el Estado y la Sociedad.[2]

Con el paso del tiempo la consolidación de esta recíproca relación entre la autoridad y la población pasó a conocerse como Liberalismo; y se cimentó toda una nueva visión de mundo, tanto en lo político, lo económico y lo social, ya que permitía propagar la libertad del individuo por medio de normativas que desanimaban el egoísmo humano, y de paso se descartaba toda forma aristotélica de inherente bondad humana.

Con el advenimiento del Capitalismo moderno, y junto a los profundos avances de la ciencia y de la tecnología -materializados con la Revolución Industrial-, la nueva sociedad occidental abrazó un Liberalismo frenético, hambriento de protagonismo y de ambición.

Los centros productivos se trasformaron en los conductores de la economía nacional y, simultáneamente, el Estado Capitalista proclamó de manera ficticia el bienestar social, ya que se creía que bastaba con el nuevo impulso experimentado por el desarrollo industrial y el masivo desplazamiento de la nueva clase obrera hacia las grandes urbes.[3]

Sin embargo, esta nueva realidad se vio confrontada a las grandes transformaciones mundiales, precipitadas esencialmente por la Revolución Rusa, la Primera Guerra Mundial y la Crisis Financiera Internacional de fines de los años veinte. Este escenario abriría un espacio para el surgimiento del Estado Benefactor, como patrono del asistencialismo social, encontrando una justificación frente al avance del Comunismo.

Aun así, esto no fue suficiente para el Liberalismo, por lo que fue necesario impedir toda acción del Estado, ya que éste ponía trabas a su voluntad, y para lo cual se creó la idea del Estado-guardián, de aquel Estado sin acción y voluntad propia, que debía exclusivamente mantener el orden público y administrar la justicia. Sería la instauración del Estado con su configuración actual denominada Neoliberal.[4]

Volviendo a los principios que inspiraron a la Revolución Francesa, el Liberalismo, junto con las transformaciones del Estado mencionadas anteriormente, daría vida a la “Democracia Liberal”, en lo que se refiere al orden político-social.

Bajo esta concepción se lograba dogmatizar el principio de que cada individuo tenía un voto y, por medio de votaciones se acataría la voluntad de la mayoría, pensando que se constituiría un Estado que jamás se extralimitaría en sus funciones, ya que por medio de votación popular se evitaría todo exceso.

De esta manera, el objetivo de este sistema fue reducir el Estado a su más mínima expresión, evitando que interviniera en la vida económica, incluso participando en la esfera del Estado para conseguir beneficios, como ha sido con la protección aduanera, los medios de comunicación, el sistema de créditos y tantas otras áreas de la economía nacional de cada país.[5]

Al crear este tipo de Estado, el Liberalismo, aún así no tuvo en cuenta un factor de suma importancia: la formación del Proletariado. En efecto, las consecuencias del sistema Capitalista, con sus periódicas crisis financieras, la invariable cesantía que ella conllevaba y la explotación del hombre por hombre, implicó que el Proletariado se organizara e interviniera el Estado, exigiendo protección e imponiendo una legislación social.

Desde entonces, el Estado se transformó en el campo de batalla de intereses egoístas: por una parte, los capitalistas trataban de conseguir la intervención del Estado en su beneficio y, por otra, los obreros y empleados pedían que éste les ayudara. Los intereses que se hacían valer se agruparon en Partidos Políticos, y toda la política fue transformada en una lucha de intereses.

Como los participantes de estas luchas no eran capaces o no disponían del tiempo necesario para dedicarse ellos mismos a defender sus intereses, surgieron intermediarios -los políticos profesionales[6]- dedicados a explotar, a su vez, a los que consideraban explotados, conminando a sus representados a someterse al sistema de votación que a ellos les permitía seguir existiendo, procurando la sumisión de la sociedad a un sistema que ellos llamaron “Democracia Liberal”, y que perdura hasta nuestros días.
 

 En nuestra próxima edición será abordado el (Falso) Socialismo histórico y que hoy en día incide como factor preponderante al combinarse con el Liberalismo.


[1] Para efectos de análisis se han tomado las ideas y conceptos planteados en la Revista Acción Chilena, publicada en octubre de 1936, Volumen V, Nº 2.

[2] Al igual que Thomas Hobbes, que manifestaba en su conocido libro El Leviatán que “El hombre es el lobo del Hombre”, otros contractualistas como Rosseau y Locke fueron acérrimos partidarios del modelo político republicano que se destacó por establecer la separación de los tres Poderes del Estado, el Sufragio Universal y la Soberanía Popular, entre otras cosas.

[3] En este contexto el Estado se involucraba en el proceso industrial de comienzos del siglo XX. Cabe destacar que los principios burocráticos de Max Weber, sobre la expansión y esparcimiento del liberalismo económico, permitieron dar una estructura orgánica a la Democracia Capitalista desde las organizaciones estatales y privadas, como también una estabilidad profundamente útil a la planificación del capital.

[4] Tal vez los neoliberales vendrían a ser los representantes del Despotismo Ilustrado de nuestros días, ya que promueven -y aseguran creer fielmente en- la tesis de que el mercado tiene vida propia. Que es capaz de autorregularse y de adaptarse a sí mismo. Cabe recordar que el filósofo político Alvin Toffler habla incluso del cognitariado, para referirse a la clase que, en el mundo global de economías y de comunicaciones que vivimos, dominará el principal recurso de generación: la Información. Es decir, la Ilustración pura de nuestros años, a la que, según él, pueden acceder las clases proletarias como posibilidad de participación del poder. Finalmente, es necesario mencionar que los grupos de derecha liberal anticonservadora, empeñados en reducir el campo de acción del Estado, como ente regulador y garante de principios fundamentales como la equidad y la justicia social, han proclamado hasta la saciedad que es necesario dejar esto en manos del mercado, puesto que éste se “autorregula” y, por lo tanto, el rol del Estado en los tiempos actuales sería sólo debiera tener una “función fiscalizadora”.

[5] El Liberalismo se ha aprovechado hasta el paroxismo del Principio de Subsidiariedad, deformando su espíritu y su aplicación. Ver en Alerta Austral, http://www.alertaaustral.cl/ediciones2005/edicion14nov2005/principiosubsidiariedad.html.

[6] Los “políticos profesionales” aparecen luego de que la aristocracia (oligarquía) decae, es decir, los burgueses comienzan a vivir de la política.


Centro Informativo de ALERTA AUSTRAL - Santiago de Chile - http://www.alertaaustral.cl - 2005