EL FUTURO DE LA SOBERANÍA ESTATAL

Artículo de Richard N. Haass, Council on Foreign Relations (CFR), publicado en "La Tercera" del domingo 19 de marzo de 2006


Durante 350 años, la soberanía, la noción de que los Estados son actores centrales y que los gobiernos son esencialmente libres de hacer lo que deseen dentro de su propio territorio, pero no dentro del de otros Estados, ha organizado las relaciones internacionales. Pero ha llegado el momento de reevaluarlo.

Los más de 190 países coexisten con un gran número de actores no soberanos parcialmente independientes (que, a menudo, lo son en gran medida): desde corporaciones a ONG, desde grupos terroristas a carteles de la droga, desde institucionales regionales y globales a bancos y fondos de capitales privados. Para bien o para mal, el Estado soberano está influido por ellos.

Se necesitan nuevos mecanismos de gobierno regional y global que incluyan a los actores no estatales. Esto no quiere decir que Microsoft, Amnistía Internacional o Goldman Sachs tengan que recibir escaños en la Asamblea General de la ONU, sino incluir representantes de esas organizaciones en las deliberaciones regionales y globales cuando tengan la capacidad de influir en cómo enfrentar retos en esos niveles.

Si se desea que funcione el sistema internacional, los Estados deben estar preparados para ceder parte de su soberanía a entes mundiales. Esto ya ocurre en el comercio. Los gobiernos aceptan las determinaciones de la OMC porque se benefician de un orden comercial, incluso si una decisión exige que modifiquen prácticas que tienen el derecho soberano de ejercer. Algunos gobiernos, por ejemplo, están preparados para renunciar a cuotas de soberanía para hacer frente a la amenaza del cambio climático. Todo esto sugiere que, para que los Estados puedan enfrentar la globalización, es necesario redefinir la soberanía. La globalización conlleva el aumento del volumen, la velocidad y la importancia de los flujos de personas, ideas, gases que causan el efecto invernadero, bienes, dólares, drogas, virus, armas, etc. Todo eso desafía los principios de la soberanía: la capacidad de controlar lo que cruza las fronteras en cualquiera de las dos direcciones. Cada vez más los Estados miden su vulnerabilidad no frente a otros, sino frente a fuerzas que están más allá de su control. La globalización implica que la soberanía no sólo se debilita en los hechos, sino que debe debilitarse. Sería una muestra de sabiduría por parte de los Estados que la atenuaran para protegerse. La soberanía ya no es un santuario.

Esto quedó demostrado con la reacción frente al terrorismo. El gobierno talibán de Afganistán, que dio acceso y apoyo a Al Qaeda, fue sacado del poder. De manera similar la guerra preventiva de EEUU contra Irak mostró que la soberanía ya no proporciona protección total. Imaginemos cómo reaccionaría el mundo si se supiera que un gobierno tiene planes de usar o transferir un dispositivo nuclear o ya lo hubiera hecho. Muchos argumentarían, con razón, que la soberanía no da protección a ese Estado.

Puede llegar a ser necesario reducir o hasta eliminar la soberanía cuando un gobierno, ya sea por falta de capacidad o política deliberada, no es capaz de satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos. Esto refleja no sólo escrúpulos, sino la visión de que el fracaso y el genocidio pueden producir flujos de refugiados desestabilizadores y crear espacios para que los terroristas echen raíces. La intervención de la OTAN en Kosovo fue un ejemplo: una cantidad de gobiernos escogieron violar la soberanía de otro gobierno para detener la limpieza étnica y el genocidio. A su vez, las matanzas ocurridas hace una década en Ruanda y hoy en Sudán muestran el alto precio de dar valor supremo a la soberanía y hacer poco por prevenir la masacre de inocentes.

La noción de soberanía debe ser condicional, incluso contractual. Si un Estado patrocina el terrorismo, ya sea transfiriendo, utilizando armas de destrucción masiva o cometiendo genocidio, invalida su soberanía. Hay que encontrar un equilibrio entre un mundo de Estados soberanos y un sistema internacional de gobierno mundial. La alternativa es la anarquía. Es necesario preservar la idea básica de la soberanía, que es una útil limitación a la violencia entre Estados, pero se debe adaptar a un mundo en que los principales desafíos provienen de lo que las fuerzas globales hacen a los estados y lo que los gobiernos hacen a sus ciudadanos.


Centro Informativo de ALERTA AUSTRAL - Santiago de Chile - http://www.alertaaustral.cl - 2006