CAMBIO PRESIDENCIAL:
PAN Y CIRCO ES LA CONSIGNA

Eduardo Valenzuela González


El mes de marzo, para la inmensa mayoría de los chilenos, significa gastos, deudas, presiones y estrés. Para casi todos, y dentro de las excepciones se encuentra nuestra exclusiva fronda política criolla. Los partidos estaban de fiesta y se notó pues tiraron “la casa por la ventana”. Durante este mes, como nunca, desplegaron toda su influencia mediática y se apropiaron de la agenda noticiosa. Es que el cambio de presidente es un hecho relevante, sin discusión alguna; pero de ahí a hacerse parte del espectáculo farandulero en que terminó esto, es otra cosa. El Show fue montado para impactar a la opinión pública: mostrando un sofisticado montaje  en donde el despilfarro de recursos y la pompa fueron las estrellas. Esto resulta inaceptable pues es una falta de respeto para millones de compatriotas que no tienen trabajo y le ven a diario la cara a la pobreza. Lo anterior, deja de manifiesto que el partidismo político está totalmente alejado del pueblo chileno y que junto a la elite que se enriquece gracias al neoliberalimo especulativo, viven en otro Chile, el que nada tiene que ver con la historia patria, el sacrificio de nuestros héroes y la austeridad de los forjadores de la república.

En este cuadro de decadencia y engaño, lo que más llama la atención es que todo el proceso de cambio presidencial estuvo recubierto de informalidad y escasa solemnidad. Pareciera que el relativismo moral, ético y valórico se manifestó con especial fuerza, como dando un espaldarazo a quienes han hecho de la actividad pública un negocio rentable y que ven a los ciudadanos como público ávido de ser torpedeado con intrascendencias y fruslerías. Pan y circo es la consigna.

Vamos por parte. Días antes del cambio de mando, diarios, revistas, radios y televisión, ensalzaron servilmente la figura de Ricardo Lagos, destacando su impronta de estadista y sus grandes logros en materia de obras públicas. Curiosamente, los representantes de la extrema derecha, la UDI, también se subió al carro de la victoria, y su mandamás, Jovino Novoa, soslayó “la estatura política del presidente Lagos”. Renovación Nacional, en voz de su timonel, el ex presidenciable Sebastián Piñera, calificó a Lagos como “un gran presidente”. Y para que decir los partidos de gobierno, quienes lo alaban con fanatismo, y  lo proyectan, por su alto apoyo ciudadano, como futura carta presidencial para el 2010. Como el nivel de conspiración es tan grande, nadie se refiere al caso MOP-Gate, o a la promesas de Lagos que no cumplió, como educación para todos, crecer con igualdad y dignidad para los trabajadores. Los políticos callaron, era hora de celebrar.

En tanto, los medios trataron a Bachelet como “la Madre de Chile”, con reportajes y entrevistas en que realzaron su sencillez, simpatía y valentía. La cobertura se orientó al tipo de ropa que iba a usar, su vida en familia y los buenos comentarios de sus amistades. Todo muy ligth, como si bastara para dirigir al país una sonrisa o una lágrima. Todo validado por la mayoría electoral, que ha sido manipulada y desinformada permanentemente. El único inocente en esto es el pueblo chileno.

Se aprovechó la coyuntura para recibir a presidentes de la región y autoridades de otras latitudes. Por cierto, el gigante yanqui no podía estar ausente, y Condolessa se mostró “feliz de estar en un país con el cual Estados Unidos tiene y tendrá un gran intercambio comercial” cuyo impacto desastroso para nuestra industria es pronosticado por especialistas. Por otro lado, el archienemigo de USA, Hugo Chávez, destacó el proceso democratizador de Chile; Lula, en tanto, saludo a la “compañera” Bachelet; e incluso Evo Morales fue vitoreado ante más de 6.000 chilenos de izquierda que coreaban “mar para Bolivia”. Fue una coyuntura propicia para las más excéntricas reivindicaciones. El cambio de mando daba para todo.

Al fin llegamos al 11 de marzo. Desde temprano, la televisión y la radio comenzaron sus transmisiones, esforzándose en presentar la mejor nota para subir el rating, así lo exigen los auspiciadores, al fin y al cabo es otro negocio más. Todo este aparataje mediático sólo apuntaba a la ceremonia de cambio de mando y destacar el acto democrático del que debiéramos sentirnos orgullosos. Mientras llegaban presidentes, primeros ministros y autoridades invitadas, nuestro jet set político mostraba su propia “performance”. Habían votado horas antes por los nuevos presidentes de las cámaras de diputados y senadores por primera y única vez están todos en sus puestos de trabajo. En adelante el ausentismo será la tónica del Congreso. A nadie extrañó el resultado, pues ya se habían puesto de acuerdo que el nuevo presidente de la cámara alta sería el electo senador Eduardo Frei; y en la cámara baja el reelecto diputado del PPD y ex comunista, Antonio Leal.  El partidismo estaba en regla y ordenado. Ahora sólo faltaba investir de presidente a Bachelet. El show debe continuar.

Poco antes del mediodía, el Congreso pleno, autoridades civiles y militares, organizaciones religiosas, y cerca de dos mil partidarios en las tribunas, reciben, en primer lugar, al presidente saliente. El estruendo fue ensordecedor. Ricardo Lagos, visiblemente emocionado, movía sus brazos y sus ojos humedecidos mostraban su rostro humano. Con postura mesiánica, abrió nuevamente sus brazos como queriendo abrazar a los concurrentes. Sin duda que la escena fue conmovedora (sólo faltaron los grandes consorcios transnacionales a quienes Lagos entregó las concesiones de obras públicas, de las que cada centímetro de uso deberá ser pagado por los chilenos; y el magnate yanqui Douglas Tompkins a quien apoyó incondicionalmente para hacer del Parque Pumalín, Santuario de la Naturaleza, socavando la ya deteriorada soberanía de la zona).

Luego de esto, el secretario del Congreso va a buscar a la presidente electa y de verdad comienza el espectáculo en donde la solemnidad, el respeto y rito no tienen ninguna importancia. Comienza la más chabacana manifestación política ajena a toda trascendencia.

Entra al hemiciclo con un vestido blanco abotonado, el que en nada favoreció su notorio sobrepeso. Apenas ingresa, se siente un griterío pavoroso, desordenado y caótico. Mira a las tribunas, sonríe y notoriamente nerviosa llega hasta el estrado. Es todo risa. Saluda amistosamente a los presidentes de ambas cámaras, hasta que ella se funde en un largo abrazo con Ricardo Lagos. El público aplaude como asintiendo esa pequeña complicidad, hasta parece que estábamos viendo una obra de teatro. A continuación, se procede a tomar juramento, el que se hace bajo la modalidad de promesa por la condición agnóstica de Bachelet. El senador Frei, hace la pregunta de rigor y ella responde que sí. En ese momento ruge el Congreso, gritos, aplausos, vítores y hasta cánticos futboleros de ole, ole, ole, Michelle, Michelle. En ese momento surge el grito furibundo de un admirador anónimo que brama: “Te amamos Michelle”. Todos ríen; y ella, como respondiendo a la insolente informalidad de la ceremonia responde, sin percatarse que los micrófonos lo iban a captar: ”le pediré entonces el teléfono”.

El resto es historia. Los nuevos ministros asumiendo sus funciones con sus rostros llenos de risa. Declaraciones saludando la vocación cívica de nuestras autoridades. Se felicitaban entre ellos, “moros y cristianos” unidos por el sacrosanto interés de mantener el poder, sus privilegios y gobernando para el neoliberalismo transnacional, que se frota las manos sabedor que el futuro traerá más y mejores negocios.

Parte del pueblo, se hizo parte de las sendas celebraciones organizadas por el gobierno. Pero la mayoría miraba desde sus televisores, abrigando esperanzas, que ahora sí, sus condiciones de vida mejorarán.  Pero quienes detentar el poder saben que mientras existan los pobres habrá “mercado electoral” dispuesto a votar por ello.

La democracia partidista logra mantenerse sólo por las expectativas de la gente, la inmovilidad de los cuerpos sociales y las organizaciones de base; y la falta de alternativas reales para conducir al país. En ese contexto la irrupción del Movimiento de Convergencia Nacional (MCN) rompe el esquema de dominación basada en los partidos y le propone a Chile una forma de gobierno distinta, sustentada en las organizaciones sociales del pueblo, sus gremios y municipios. Esa es la invitación a crear una nueva mayoría política, social y cultural basada en los principios del Nacionalismo, que surge como una necesidad de disputar a los partidos los espacios del que se han apropiado. Llegó la hora de actuar.

Chilena, chileno, súmate a la acción. 


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