"MITÓPOLIS", DE JOAQUÍN EDWARDS BELLO

Carlos Agüero


"Mitópolis"
Joaquín Edwards Bello (1887-1966)
Editorial Nascimento, 1973

Al conmemorarse un año más de la histórica batalla de Maipú, que selló el destino de la guerra por la Independencia Chile, vienen muy bien a colación las anécdotas recogidas en la pluma del magistral cronista Joaquín Edwards Bello, –quien se remite a su vez a otros autores–, hacia 1966 en un libro que se tituló originalmente El Subterráneo de los Jesuitas, y que luego se le dio como nombre Mitópolis.

Amaneció el día milagroso: 5 de abril de 1818. Copia feliz del Edén. Cielo limpio, cantos de diucas, olor a frutas y flores.

San Martín tenía dos amigos seguros en Chile, a los que nunca olvidó: El huaso Estay y O’Higgins. Era O’Higgins el más capaz de reconocer jerarquías, de obedecer y de organizar, virtudes que a veces parecen ser ajenas a nuestra raza. Esta capacidad de obediencia y organización fue obstaculizada por personas que tuvieron un concepto silvestre personal del patriotismo: los carrerinos. Manuel Rodríguez era el cónsul general o representante del carrerismo en Chile, el año 1818, en ausencia de los ídolos. San Martín era para los carrerinos un patán cuyano, y O’Higgins un guacho bruto.

Veamos la conducta de Rodríguez. Dice Zapiola: "El regimiento de Rodríguez no concurrió a la batalla. Esperaba la llegada de Juan José y Luis Carrera, cuya libertad creía inminente. En todo caso contaba con don José Miguel. El regimiento de húsares sería la base de una revolución contra aquel orden de cosas".

De Encina: "A Manuel Rodríguez lo único que le interesaba era que el nuevo desastre de San Martín, que creía indudable, lo encontrara en el poder. Era incapaz de organizar nada. Armó al pueblo para dejar vacíos los almacenes, de manera que San Martín no pudiera rearmar a sus soldados. Después de eliminar a San Martín y O’Higgins, barrerían de Chile a los españoles, si antes no huían aterrados con las proclamas que don José sabía lanzar. La intensidad del odio anulaba todo ideal. Ellos se retirarían a Coquimbo con caudales y con todo lo que pudieran acarrear".

En estas condiciones, con O’Higgins herido gravemente y Rodríguez a sus espaldas, preparaba San Martín la batalla decisiva. La noche anterior, dice Encina, "llegaba hasta los escasos transeúntes el murmullo de las plegarias que desde los hogares subían al cielo, rogando por el hermano, el marido, el padre o el novio que estaban en el campo de batalla".

La victoria llegó gracias a San Martín, a Las Heras y a O’Higgins en gran parte. O’Higgins levantó a un muerto. El resto lo hicieron el roto chileno y los argentinos. Al finalizar el año 1817, el ejército constaba de dos mil setecientos argentinos y seis mil quinientos catorce chilenos. La formación de ese ejército da San Martín títulos para ser considerado el primer general y el máximo libertador de América. Sin sombra para Bolívar, el genio.

La población de Santiago había seguido con inmensa ansiedad el curso de la batalla y cada noticia iba prendiendo más alborozo en los ánimos. Las calles desbordantes de alegría, presentaban una extraordinaria animación, y los cohetes voladores, con sus luces y estrépitos, festejaban el triunfo aplastante de las armas patriotas.

Dice Edwards Bello:

Datos son éstos más útiles, en 5 de abril, que los discursos, los cañonazos y las charangas. Es una manera de espejo de ayer para mirarnos la cara de hoy.


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