"LA SERPIENTE CELESTE"
DE JOHN ANTHONY WEST

Carlos Agüero


“La Serpiente Celeste” (Serpent in the Sky)

John Anthony West.

Editorial Grijalbo, 2000

Hacia una interpretación simbolista del antiguo Egipto.

En los últimos treinta años han surgido una serie de estudios que pretenden revisar y alejarse del ámbito de la egiptología ortodoxa y sus representantes, constituyendo así una escuela diferenciada y “alternativa”. Tenemos de un lado una profesión denominada “egiptología”, cuyos representantes parecen totalmente ciegos a lo que conmociona a tantos de nosotros: dioses y diosas, las pirámides, la esfinge, los templos, el arte soberbio, la magia y los misterios; de otro lado, persistiendo en un impenetrable materialismo, insisten en la visión de un Egipto sin alma y casi sin discernimiento, obsesionado en el culto a los muertos y la superstición, en suma, el mundo de la egiptología políticamente correcta.

En la elaboración y fundamentación de este libro, West se basa en la monumental obra del erudito alsaciano René A. Schwaller de Lubicz (1891-1962), cuya vastedad de estudios no han sido aún aquilatados en su totalidad. Para De Lubicz, los templos de Egipto manifiestan diversas medidas terrestres y cósmicas, además de toda una serie de correspondencias con los ritmos de la naturaleza, los movimientos de los cuerpos celestes y determinados períodos astronómicos. Las coincidencias de dichas relaciones entre estrellas, planetas, metales, colores y sonidos, así como entre diversos tipos de vegetales y animales, y entre las diversas partes del cuerpo humano, le son revelados al iniciado por medio de una ciencia de los números.

La tesis central del trabajo de John Anthony West es que la esfinge de Gizeh precede al Egipto dinástico, entre otras cosas porque al observar la erosión dejada por el agua en el monumento, no se observan en ninguna otra estructura de Egipto, lo anterior confirmado con un equipo de científicos. La evidencia es que la civilización egipcia constituyó una herencia y no una creación derivada de un desarrollo, entroncándonos así con la leyenda de la Atlántida.

En principio no hay objeción a la erosión de la esfinge por el agua, y que existe acuerdo en la idea de que en el pasado, Egipto sufrió cambios climáticos e inundaciones periódicas radicales, por el mar y, también (en un pasado no muy lejano), debido a enormes crecidas del Nilo. Se cree que estas inundaciones corresponden a la fusión del hielo de la última glaciación. El pensamiento actual establece esta fecha en torno al 15.000 A.C., pero se cree que posteriormente el Nilo ha experimentado también grandes inundaciones periódicas. De ello se deduce que, si la gran Esfinge ha sido erosionada por el agua, debió de haber sido construida antes de la inundación o las inundaciones responsables de la erosión. (pag. 324)

El arte es magia. Su efecto no se puede medir ni se puede comprender racionalmente. En cierta medida, la metodología del arte sí se puede medir, se puede descomponer en los armónicos, vibraciones, longitudes de onda y ritmos que la integran. Pero esto solo no explica el efecto producido, que es mágico. Una transformación de energía ha tenido lugar en nuestro interior… El propósito de los prodigiosos esfuerzos artísticos y arquitectónicos de Egipto era mágico. En los templos esa magia era pública, destinada a operar sus transformaciones en los individuos que los utilizaban. En las tumbas, en cambio, la magia estaba dirigida al alma descarnada de los difuntos. ¿Quiénes somos nosotros para decir que se trataba de superstición, que era un error, que no servía para nada? Así considerada, la preocupación egipcia por la “muerte” adquiere sentido, aunque sigue siendo ajena a nuestras propias preocupaciones, que no tienen que ver siquiera con la “vida”, sino con el “nivel de vida”. Las construcciones, estatuas y frisos de Egipto estaban concebidos para llevar tanto a los hombres vivientes como a las “almas” descarnadas de los muertos ante la presencia de los neters. (pag. 162)


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