EL MITO DE LAS "RELACIONES ESTRATÉGICAS" ENTRE CHILE Y ARGENTINA:
CARTA DE BARTOLOMÉ MITRE
A DOMINGO F. SARMIENTO EN 1865

Cristian Salazar Naudón


En 1862, España exigió indemnizaciones al Perú por el alevoso crimen cometido contra un grupo de sus súbditos en territorio del país incásico. Ante la prepotencia con que reaccionó al reclamo el Gobierno de Lima, la península invadió las islas peruanas Chincha, con una flota al mando de Luis Hernández, pues hasta entonces España aún no reconocía formalmente la independencia de su ex virreinato. Estas islas, por cierto, están frente al Puerto del Callao y eran importantes para la economía del país por su valor en la industria guanera.

El conflicto hispano-peruano estimuló la más escandalosa gritadera histérica por parte de los americanistas de Sudamérica, desatando una verdadera escalada de odio contra España y en solidaridad con el Perú, pues hicieron correr la fantástica idea de que la Corona estaba intentando abrir una ficticia guerra de reconquista de América, sobreexcitados por la reciente invasión de México y la instauración forzada de la monarquía de Maximiliano.

Afiebrado también con esta patética visión de lo que en realidad ocurría, se envió en una misión por varios países de Sudamérica al ministro chileno José Victorino Lastarria, con la intención de reclutar ayuda para una alianza en favor del Perú y en contra de España. Lastarria era amigo del entonces Presidente de la Argentina, don Bartolomé Mitre, pues este último había vivido en Chile como exiliado de la dictadura de Rosas, sembrando aquí la simiente del americanismo a través de sus múltiples escritos y ensayos, que prendieron fuertemente en la personalidad y en el ideario del intelectual. De este modo, Lastarria daba hecho la adhesión argentina, a su llegada a Buenos Aires.

Sin embargo, al entrevistarse con Mitre, éste le rugió no importarle el destino de ningún otro país americano, pues el sentimiento "americanista" que sus biógrafos siguen adjudicándole con tanto fanatismo hasta nuestros días, ya le era ajeno. Bien lo hubiese sabido de antemano el ministro chileno, de haber tenido un mínimo de talento para sacar conclusiones de la sangrienta participación de Mitre contra el Paraguay en la carnicería que representó la Guerra de la Triple Alianza; o bien con la actitud de los representantes de Argentina en México y en Europa, que habían reconocido como soberano al Emperador Maximiliano y se codeaban con sus cortesanos en finas reuniones y banquetes palaciegos. Lastarria, así, recibió un portazo en el rostro ante un conflicto absurdo que, entre otras cosas, costaría a Chile la destrucción de su principal puerto, Valparaíso, únicamente por motivaciones solidarias para con un vecino peruano que sólo siete años después, firmaba con Bolivia la Alianza Secreta contra Chile, invitando generosamente a la Argentina a participar de este cuadrillazo.

Satisfecho con su actuación ante el ministro chileno, Mitre informó de inmediato a su mentor e inspirador, el otro supuesto gran americanista argentino Domingo Faustino Sarmiento, también ex exiliado en Chile durante la dictadura rosista que, a la sazón, se encontraba en Lima. Lo hizo a través de una extensa nota fechada el 24 de marzo de 1865, que resulta increíblemente infamante y violenta, con descalificaciones casi groseras hacia esos mismos principios que tan cínicamente le adjudican a su persona sus admiradores, suscritos a los dogmas americanistas o bolivarianos.

Decía dicha diatriba lo siguiente:

"Entre otras muchas cosas, decía yo a Lastarria que una de las razones para no entrar en la alianza a que me convidaba, aceptando los fundamentos de ella, era que me repugnaba en materia política internacional tomar por base de las resoluciones de los gobiernos y de los compromisos de los pueblos, las consideraciones pueriles que hacían valer para motivar la liga de una o más repúblicas americanas".

"Que quería partir de la verdad para llega a la verdad. Que la verdad era que las Repúblicas americanas eran naciones independientes que vivían su vida propia y debían vivir y desenvolverse en las condiciones de sus respectivas nacionalidades, salvándose por sí mismas, o pereciendo, si no encontraban en sí propias los medios de salvación. Que era tiempo ya de abandonásemos esa mentira pueril de que éramos hermanitos y que como tales debíamos auxiliarnos, enajenando recíprocamente parte de nuestra soberanía. Que debíamos acostumbrarnos a vivir la vida de los pueblos libres e independientes, tratándonos como tales, llenando nuestros deberes respectivos como tales, bastándonos a nosotros mismos y auxiliándonos según las circunstancias y los intereses de cada país, en vez de jugar a las muñecas de las hermanas, juego pueril que no responde a ninguna verdad, que está en abierta contradicción con las instituciones y la soberanía de cada pueblo independiente, ni responde a ningún propósito serio para el porvenir".

"Es lo mismo que digo a Ud. no porque lo considere imbuido en las ideas americanistas de Lastarria, sino porque viene muy al caso, hablando del Congreso Americanista en que se ha jugado un poco ese juego de niños, con perjuicio de nuestra pobre América, que a pesar de todo se ha de salvar, no obstante lúgubres pronósticos, precisamente por la virilidad de las nacionalidades, que se pretende enervar por medio de esa falsa política americanista que está lejos de ser americana: política que no responde a ninguna idea nacional preconcebida ni a ningún interés real, pues, por un lado, parte de la base de la pretendida hermandad sudamericana que quiere restringir la esfera de las soberanías nacionales, haciendo americanas todas las cuestiones con la Europa o con los vecinos, lo que organizar la guerra en permanencia; y, por otro lado, pretender inmovilizar a la América, no dejándole la libertad para que corrija lo mal hecho, se concreta o desagreguen partes mal criadas, dejándoles expansión y movimientos para desarrollarse".

Esta lapidaria carta fue rescatada del olvido y leída en una sesión de la Cámara de Senadores del 29 de diciembre de 1959 por el ilustre Senador radical y gran patriota chileno Exequiel González Madariaga, iniciando con ella su discurso sobre la "Síntesis Histórica de las Relaciones Chileno-Argentinas".

En nuestros días, las mismas relaciones chileno argentinas vuelven a ser sacudidas por "cartitas" entre autoridades de uno y otro lado de la cordillera. Sería útil incluirlas, acaso, en el largo archivo de misivas que demuestran de modo fehaciente y rotundo, que el complejo de inferioridad de los políticos chilenos, asiduos a buscar y hasta testimoniar "alianzas estratégicas" con el vecino, no son más que la porfía y la resistencia a aceptar la muerte irreversible que Mitre declarara en 1865 a la ilusión de la integración americana y la comunidad de intereses regionales.


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