"MIRANDO HACIA ARRIBA"...
ANIVERSARIO DE LA MASACRE DEL 5 DE SEPTIEMBRE DE 1938

El siguiente artículo es un homenaje a las víctimas publicado el 12 de septiembre de 1938, tras la Masacre del 5 de septiembre. Apareció en la página principal de la revista "HOY" con el título "Mirando hacia arriba", bajo la redacción de uno de sus directores, Aníbal Jara, quien firma como "Ayax". Lo repetimos aquí en un nuevo aniversario de la Matanza del Seguro Obrero.


Pasa primero Yuric con las manos arriba, con su pobre abrigo de estudiante, le siguen Maldonado, los Thennet. Marchan impávidos entre carabinas legales, ya ausentes del mundo que se acumula en las aceras, en las ventanas. Pero ninguno es más símbolo que ese muchacho adolescente, pálido, que pasa mirando hacia arriba, hacia los pisos altos de la Caja, donde sus compañeros están batiéndose.

¿Qué pasa? Alarga el cuello, echa para atrás la cabeza y pasea los ojos llenos de ansiedad por las enigmáticas ventanas. No piensa que va a morir. Está caminando la última milla de su vida. Un niño de cinco años podría contar los pasos que le faltan para no andar nunca más. Pero a él no le interesa sino lo que ocurre allá arriba, donde hay otros locos como él, batiéndose, cayendo. No le importa su destino, no mira hacia adelante, mira hacia arriba, con la obscura idea de ver a alguien de los suyos en ese mundo bárbaro de pólvora y de rifles que se ha desencadenado.

La ancha plaza de cemento no está solitaria. Todo es gris. No circula más que la ley, la tremenda ley armada de carabinas, lista para el crimen. La ley hace el crimen, decía San Pablo. Lo crea, lo elabora. Hace del Gólgota un acto legal. A Pilatos le basta una palangana de agua para lavarse sus manos velludas como Códigos. Los jueces del Sanhedrín sonríen jugando con la muerte.

"No somos nosotros los que matamos a este hombre, dicen. Es la ley".

La ley es la ley. Pero la ley es también a veces el crimen. Cien palanganas de agua no bastan a veces para lavar el rastro que deja la ley enfurecida, atemorizada, llena de pavor.

Estoy viendo en as fotografías el rostro deslumbrante de este adolescente que va a morir, es en la juventud donde la muerte tiene toda su pavorosa y magnífica belleza. Es la muerte joven, sin pestilencias.

La puerta de reja se ha cerrado tras el paso de los muchachos que llevan sus manos en alto. Adentro está la ley corriendo despavorida, vomitando metralla, blandiendo espadas implacables. La plaza de cemento ha quedado envuelta en una soledad de pesadilla. Arriba flamea una bandera blanca. Se siente el tableteo de una ametralladora. Luego el silencio. Desde las azoteas lejanas, la muchedumbre contempla el espectáculo del circo romano. El edificio de muerte está cerrado, mudo. Se ha tragado a la muerte. Hay un silencio patético, como si fuera a ocurrir algo extraordinario. Y ocurre. Retumban las descargas adentro. Nuevo silencio. Nuevas descargas.

El muchacho que miraba hacia arriba ya no volverá a mira más. Se ha quedado con los ojos inmóviles, como si mirara, nada más. Sus compañeros han quedado también inmóviles, con los brazos extendidos, como si fueran a abrazar a una mujer.

Están en su actitud final, definitiva. Desde el oscuro fondo desatentado de locura, ha surgido de repente, con la muerte brutal y monstruosa, la gloria reparadora.

El que miraba hacia arriba seguirá mirando y los que quedaron con los brazos extendidos, seguirán en alto, como los que le alargaba Peer Gynt a Ingrid, antes de partir.

Brazos rígidos, como ramas de "abetos", dice el poema.

Ayax


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