EL ORIGEN DE LA PALABRA CHILE

Sebastián Carreño H., Jefe Nacional de las Juventudes  M.N.S.


"El origen del nombre de Chile, así como la procedencia de sus primitivos pobladores se ocultan en los misterios de los países lejanos, y ya ninguna coyuntura bastará a explicarlas satisfactoriamente”- (Astaburuaga, Diccionario Geográfico de Chile, pag. 108)

Cuando llegaron los primeros españoles a nuestra costa, preguntaban por el nombre del país de un indio, les contestó éste Berú; Luego mirando el río dijo Pelú y señalando después a los extranjeros al interior del país, Pilú; Que entonces los dichos españoles respondieron; “¡Acabemos!, Por aquí todo es Perú”. De esta ocurrencia graciosa vino el nombre que en la actualidad tiene nuestro país. (Paz Soldán, Geografía del Perú. Vol- I, pag. 27)

“Y dando orden de pasar a aquella parte, fueron algunos a ver la disposición de la tierra; Y el primero que saltó en ella fue Sancho del Campo, el cual, vista la pureza de aquel temple y su cálida frescura, dijo: - Que Buenos Aires son los de este suelo: de donde se ha quedado su nombre”. - (Garcilazo de la Vega, comentarios reales. Parte I, pag. 164).

Estos someros antecedentes encubren los orígenes de todo lo que rodea al velo misterioso que desde la cuna del sepulcro nos afanamos en des correr. El niño, el sacerdote, el sabio esclarecido, el burdo labriego, pagan su tributo de empeño y curiosidad a este sentimiento innato, que es la cuna verdadera de la sabiduría y de la  historia.

En cualquier lugar encontramos a uno de nuestros semejantes, en un viaje, en el paseo, en el asiento de un avión, en la puerta del templo, en el recinto del hogar, el primer impulso a que obedecemos casi instantáneamente, es el de la investigación de su nombre como el de su ciudad y país de origen si es extranjero, su procedencia genealógica, análoga y aún más viva curiosidad nos mueve cuando se trata de las colectividades humanas que se llaman países, o cuando hacemos simplemente memoria de un valle, de un desierto, de una roca.

Hombres verdaderamente ilustres han habido en nuestro siglo que han consagrado toda su noble vida y aún han hecho generoso y sublime holocausto de ella, como Mungo Park en el Níger y Livingstone en El Nilo para descubrir el origen de un río, que ha sido y es hasta el presente un doble secreto de la historia y la geografía.

Obedeciendo a ese impulso común e irresistible, iniciamos con Gabriela esta serie de recopilación, ensayos e investigación sobre nuestro país, en este breve bosquejo de estudio relativo al origen verdadero de su nombre; cuestión que hasta aquí a sido tratada sólo bajo el punto de vista de la fábula o de la poesía.

Desechamos en consecuencia, desde luego, como una simple invención de la fantasía del vulgo, la conseja acogida por el crédulo Molina y otros cronistas, “Chile” a la articulación casual de un humilde pajarillo de nuestra zona - El Trill-, que ni siquiera modula su insípido canto con este sonido.

Por otra parte, el chillido gutural propio de la organización anatómica de la estrecha laringe de las aves y de su acerado pico, sonido que podría remedar con alguna propiedad el nombre peculiar de nuestro suelo, es común en ciertos casos a casi todas las aves, desde el Búho a la Gallina, especialmente cuando se irritan o defienden.

De esta manera, este género de descubrimientos de inducciones a permanecido en todos los países a su mitología, nunca a su historia.

Más a fin de que acertemos a explicar con claridad la derivación lógica de la denominación con que hemos tomado nuestro puesto entre las naciones, será preciso que recordemos un momento cual era la organización aborigen de nuestro territorio.

No existía, propiamente, en la angosta faja de tierra que hoy habitamos entre el Pacífico y Los Andes, una verdadera nación, grande ni pequeña, ni en la época puramente aborigen ni en la incaria que le sucedió cuando los emperadores peruanos dominaron nuestros valles hasta El Maule.

Al contrario, los habitantes que poblaban los últimos, componían tribus aisladas que, lejos de confederarse para construir un cuerpo de nación, como las razas sometidas a los señores del Cuzco, vivían entre sí en la perpetua hostilidad, ya de un valle a otro valle, ya en seno mismo de sus escasos sembradíos, a la legua de sus ríos. Tal era la organización de los siete angostos valles que se extendían al Norte del Mapocho: el de Copayapo, el de Guasco, el de Coquimpu, el de Limarí, el de Choapa, el de Lua (Ligua) y el de Canconicagua.

Por esto, cuando Almagro penetro en el primero de los parajes que acabamos de nombrar, sus habitantes se hallaban envueltos en sangrientas guerras intestinas. Y esto último acontecía a la vez en el postrero de aquellos valles, ocurriendo la circunstancia extraordinaria y desconocida casi del todo hasta el presente, que el caudillo de los últimos era un español, depredador y predecesor de Almagro en el descubrimiento y la mal llamada conquista.

Por circunstancias de luchas continuas profundas, se explica la extrema escasez de población, que hizo de la primera ocupación del territorio un hecho llano para un puñado de aventureros “desde Copayapo, hasta Maule” decía Pedro de Valdivia en una carta recientemente descubierta- según crónicas del diario El Mercurio de reciente data- “Habra agora quinze mil indios, porque la guerra, hambres i malas venturas que han pasado, se han muerto i faltan más de otros tantos” (carta de Pedro de Valdivia a Hernando Pizarro, serena, 4 de Sep 1545.)

Este juicio del historiador indígena es una verdad profundamente histórica y geográfica. Chile no existía ni como nación, ni como territorio. O más propiamente, a ejemplo de algunos de nuestros ríos que van mudando de nombre según la zona que atraviesan, la montaña, el valle central o la cadena de la costa, así aquel recibía diversos nombres comarcanos inconexos. En la cabecera austral del desierto de Atacama llamábase únicamente Copayapo; tres grados más al Sur asumía la denominación de Coquimpu, y en la medianía de su longitud conocida, apellidánbalo sus dispersos moradores Canconicagua.

Y esta organización política y social de los aborígenes, que es extensiva a todas las poblaciones de la América española en la época de la conquista, explica la fortuna y la rapidez de la última. Si en lugar de míseros caciques, las indias hubiesen estado repartidas entre feudatarios, como los Khans de la Tartaria o como entre los perezosos pero opulentos y obedecidos Nababs de la India, muy diferente habría sido el éxito de las armas españolas. La Araucanía, que no es propiamente una nación unitaria, sino una confederación militar de tribus aisladas y bárbaras, más o menos compacta, es todavía un ejemplo vivo de lo que asentimos.

El último de los valles septentrionales de nuestro territorio, hacia el sur tenía el nombre de Canconicagua. Este era solo la designación local y lugareña. Su nombre genérico y exterior, geográfico y político, era el de Chilli, sin duda por el apellido de algún cacique poderoso que en él tuvo mando y legó su nombre, como aconteció en la mayor parte de los bautizos como son Cachapoal, Tinguiririca, Nuble, Maule, Mulch
én, que los españoles encontraron en la actual ocupación del territorio. Otro tanto aconteció en otros lugares de América con los caciques Panamá, Bogotá, Popayán, Tumaco, los cuales transmitieron sus nombres a ciudades sistemas de denominaciones naturales que nosotros hemos copiado, no de caciques, pero sí de encomenderos como Lo de Castillo, Lo de Herrera, Lo de Nos, Lo Recabarren.

Volviendo a la adjudicación especial del nombre Chilli al valle de Canconicagua, no cabe duda sobre su autenticidad, ya que así lo asienta Valdivia mismo, cuando hablando del valle de Mapocho, dice que “es doce leguas mas adelante de Canconicagua, que el adelantado Almagro llamó el valle de Chille” (carta citada de Pedro de Valdivia a Hernando Pizarro).

Valdivia persistió siempre en llamar al valle de Chille Canconicagua o Canconcagua de cuya última denominación queda todavía el nombre de Concón a la entrada de su río en el océano en la quinta región. Y si tal no hubiera denominado el predecesor de Pedro de Valdivia, los secuaces de aquel bravo y desvirtuado caudillo habrían bastado para hacer imperecedero ese nombre, porque desde que Juan de Rada mató a Francisco Pizarro, los almagristas fueron sólo conocidos con el nombre lastimero, entonces, terrible más tarde, de  “Los de Chile”.

El nombre primitivo de Chile, aplicado lugareñamente al río y valle que hoy a recuperado por entero y oficialmente su denominación primitiva de Aconcagua, se mantuvo incólume durante siglos, así lo demuestran antecedentes que referendan que durante los primeros quince años de la conquista (Octubre 1556), se concedían terrenos al conquistador Francisco de Riveros en el río de las minas (Malga-Malga), hacia el valle de Chile, es decir, en la dirección de Quillota y Limache, lo que se consideraba como apéndice de aquel valle.

En un documento de 1614, encontramos mejor precisada todavía esta circunstancia, porque un vecino de Aconcagua llamado Gracia Carvajal, declara en un instrumento público otorgado en Santiago ante Bartolomé Maldonado, el 27 de octubre de aquel año, que “ es vecino encomendero de la provincia de Chile y residente al presente en la ciudad de Santiago.”

Esto, respecto de la parte superior del valle de Aconcagua.

Pero otro tanto acontecía en su parte inferior, que se extendía desde la punta de Llay-Llay hasta él pacifico. Así Los frailes de San Francisco de Santiago, recordando al rey, en una carta fechada el 14 de agosto de 1666, el destierro a Quillota que el presidente Meneses impuso con injusticia al oidor Peña Zalazar, dice que “le desterró a la provincia de Chille”. Igual expresión usa el fiscal Muñoz y Cuellar en una comunicación contemporánea de esta última y del mismo genero. (“Actas del cabildo de Santiago” Archivo de Bartolomé Maldonado, notaria de San Bernardo. Archivo de Indias.

En consecuencias, durante los tras siglos del coloniaje, Chile, en un sentido local, era peculiarmente el valle de Aconcagua. Sólo por extensión geográfica, de habito y de gobierno, ese mismo nombre aplicábase al resto del país.

Y tan arraigados han vivido esta clasificación y apellido en la memoria del pueblo, que aun hoy mismo, así como las gentes rudas no conocen la parte septentrional del país sino la expresión tradicional de los “Lados de Abajo”, y los del sur con la de los “Lados de Arriba”, así la región central especialmente la ocupada por la capital y sus valles tributarios, se llama todavía Chile. Marchar a Santiago se dice, desde el Bio-Bio al sur, “ir a Chile”. Conocida es también la jactancia geográfica de aquel oficial de ejercito chileno, hijo de Rancagua, que hizo la campaña de Yungay, y que en las tertulias de Lima, donde era burlescamente interrogado, contestaba siempre "que era nacido en un pueblo veinticinco leguas más allá de Chile”.

Tenemos ya adquirido como cierto y comprobado, que el nombre de Chile fue local, como el de Copiapó o el de Limarí, el del Maule o el de Itata, y que así como cupo aquella designación a nuestro suelo, pudo haberle pertenecido la de aquellos u otros valles. Chile era, en la época aborigen, exclusivamente el valle que riega el río de Aconcagua, desde sus cabeceras andinas hasta el mar.

Los valles septentrionales eran, en efecto, estrechos, pobres, barridos alguna vez por turbiones y escasísimos en población. No se hallaba desde tiempos remotísimos en tales condiciones el populoso valle de Chilli, con su abundante río, sus fértiles terrenos de aluvión, sus valles laterales y abrigados como las ensenadas de Llay-Llay, Catemu y Purutun, y especialmente con sus ricos veneros de oro que cubren todavía la vasta extensión de la provincia de Aconcagua, desde Petorca a Catapilco y desde las opulentas laderas de Marga-Marga hasta la famosa mina de las Amazonas en La Ligua. Por esto los historiadores antiguos afirman que casi todo el oro del tributo del inca era del valle de Chilli; y de sus catas y lavaderos indudablemente provenían las catorce arrobas de purísimo metal en tejos, marcados con el seno de una mujer, que Almagro encontró, según Rosales, en Tupiza.

La fama de tan abultada riqueza y del temple de aquella comarca, vasta, poblada y abundosa en metales, atravesó las distancias con el transcurso de los años, y así el nombre local de Chilli fue amoldándose poco a poco a los territorios subalternos que lo rodeaba, sin llegar a formar por ello la denominación unitaria de un pueblo, sino el de una imperfecta confederación de tribus. Por eso cuenta Garcilaso, que cuando el Inca Viracocha, octavo rey de su raza, visito, siglo u medio antes del descubrimiento de Chile por los europeos, sus provincias de Tarapacá, recientemente conquistadas por sus armas, se le presentaron ciertos embajadores Tucumas (del Tucumán) y le dijeron:
”Te hacemos saber que lejos de nuestra tierra, entre el Sur i el Poniente, esta un gran Reyno llamado Chili, poblado de mucha gente; con los cuales no tenemos comercio alguno, por una gran cordillera de sierra nevada que hay entre ellos i nosotros; más la relación tenemos la de nuestros Padres y abuelos. Y parecionos dártela para que ayas por bien de conquistar aquella tierra". (Garcilaso, comentarios reales, parte l, pág. 164)

Tal fue el origen del descubrimiento, conquista y avasallamiento incarial de los valles de Chile, que con veinte mil hombres y en seis años de campaña, o más bien, de marchas, consumo el famoso Sinchiruca, generalísimo del inca Yupanqui, “acompañado de dos maeses de campo (lugartenientes) del linaje de los incas - agrega Garsilaso - que no saben los indio decir como se llamavan”.

Y de esta suerte queda establecido el hecho histórico de que fue la conquista incarial la primera que generalizo el nombre comarcano de Chile o Chilli a todos los territorios que desde el despoblado de Atacama al sur, ocuparon sus armas. Cuando los castellanos penetraron en el Perú y en la Plata y dieron a sus parajes nombres tan efímeros y caprichosos como los que ya ha consagrado la historia y él habito de cerca de cuatro siglos, el ignoto Chile tenia adquirido, por tanto, un nombre fijo y preciso. No es por esto del todo exacta la aseveración de Valdivia, cuando afirma que Almagro dio al valle de Aconcagua el nombre de Chile. Hacia mas de un siglo que éste era ya un nombre geográfico en las Indias.

Surge aquí una cuestión curiosa, pero más de idioma que de geografía y es la de averiguar la significación posible del nombre de Chile. ¿Es una palabra chilena? ¿Es un vocablo peruano? ¿Es un termino genérico que no significa nada determinante y que, por lo mismo, se encuentra esparcido en diversos parajes de la América y aun en otros continentes?

Es tal vez la ultima la mas acertada solución de este problema. Pero habría asimismo razones considerables de inducción y de analogía para pensar que este vocablo se asimilo en el perú, o tuvo de antemano afinidades positivas el idioma quechua.

Antes de todo, preciso es dejar establecido que el nombre verdadero, antiguo e indígena era Chilli, dulcificado en la sonora y blanda garganta de la lengua castellana en el de Chile y a veces, en el principio, con el más apacible todavía de Thile.

Y aquí vale con mucho la pena de ser anotada una circunstancia al parecer trivial, pero que en realidad no lo es sino muy interesante y filosófica ante la historia u la lingüística. Tal es la de que, habiendo sido el antiguo y primitivo nombre de nuestro país Chilli y por sincope Chili, ese es el que han conservado los europeos en sus idiomas y especialmente los ingleses, que nunca dicen sino Chilé y los franceses Chili. La “e” final vino exclusivamente de la modulación española y de paso al italiano en cuya lengua se pronuncia y aún se escribe en ocasiones nuestro nombre de nación así; el Kile.

Volviendo ahora al camino de la investigación lingüística, aparece que el nombre de Chile encuentra infinitas analogías y aun perfectas sinonimias en diversos parajes del Perú. Así tenemos el nombre de Chilia en un pueblo de la provincia de Chachapoyas, marcado en el mapa del Perú, de Paz Soldan e idéntico nombre en un curato de la provincia de Pataz, departamento de la Libertad. Otra aldea de Chachapoyas lleva el nombre de Chili-pin, análogo a la cerrilladas de Quili-pin que se levantan entre linares y Parral.

Pero al sur del Perú, las similitudes aparecen con más frecuencia y más viva analogía. De esta suerte podemos enumerar los parajes de Chila-hoyo, pueblo cercano a Puno, Thili-vichi, pequeña hacienda entre Tacna y Tarapaca, en cuyo caserío falleció el memorable mariscal Castilla; Pacon-chile, en el valle de Lluta cerca de Bolivia: y por último, Chili-gua, que corresponde casi a nuestro Chilli-hue, en Caupolican, cuyo lugar es una cordillera frágil entre Puno y Arequipa.

Pero donde el nombre de Chile esta entero y perfecto, es en el famoso río de la ultima ciudad que baña el pie del Misti y deleita después el hermoso valle de Vito, uno de los más encantadores oasis del Perú: el río Chile.

¿Querríamos, por esto, decir que la etimología de Chilli es de procedencia quechua? De ninguna manera; porque esa misma palabra abunda y con más acentuación y semejanza, en diversos parajes de nuestros propios territorios, los unos remotos, los otros centrales. Así, en el grado 39, entre los ríos Toltén y el Cautin, tenemos el lago y el río de Chille, y a orillas del Mataquito, el cerro de Chili-pirco, en el que pereció el heroico Lautaro.(Lawtaro en idioma mapudungun.)

El valle de Chilli-hue, en el departamento de Caupolican, forma una frase completa del idioma araucano, de Chilli- nombre del país- y de hué, cosa o apéndice de algo, como Chili-hué (Chiloe), que significa “apéndice o dependencia de Chile”.

La palabra puramente indígena de Chilli-cauquen merece una observación por separado, porque tal vez la etimología del valle de Chile está vinculado a su significado. Chilli, en efecto, en el idioma araucano significa una especia de gaviota de tierra que suelen llamar también canquenes y de aquí el nombre de los baños y hacienda de Cauquenes y el departamento y ciudad del sur.

Tenemos todavía otros vocablos corroborativos del ori9gen completamente lugareño, aborigen y anterior a la época incarial y europea, como el chili-piuque, nombre que los indios daban a un nervio del corazón (piuque); y el de chili-hueque, nombre chileno de la llama del Perú y aun el de chiles con que en  el exterior son conocidos los pimientos indígenas. En México, nunca oímos nombrar al ají sino chile, y lo mismo dicen en España de ese enérgico cáustico.

Por lo demás, las sinonimias de base peruana domesticadas en Chile, son sumamente comunes, como la provincia de Lampa (la azada indígena),  reproducida en un antiguo pueblo de indios de Santiago; la de Guaico, lugar vecino de la raya fronteriza de Bolivia y el Perú que tiene también dos esteros en el litoral de Camaná; el Lircay, curato de la provincias de Huancavélica; y el de Chicauma, en la provincia de Trujillo, que se reproduce en el Departamento de Santiago, junto a Lampa en un lugar famoso por su buena chicha.

En nombre del dios Pachacamac ésta reproducido también en una estancia y cuestas vecinas de Quillota; y por ultimo, el de Ihlave, que era el antiguo de Peñaflor, fue copiado del rió de ese nombre que desemboca en el lago Titicaca.

Aun respecto de nombres que parecen exclusivos de nuestro terruño, como el de las provincias de Aconcagua y Colchagua (lugar de renacuajos), por ejemplo tenemos el primer nombre muy aproximadamente repetido en el celebre pico de Aconquixa en el Tucumán a cuya cima dirigió el año ultimo poéticas invocaciones el ilustrado presidente de la República Argentina y que ya habían mencionado en el pasado siglo los jesuitas.(Lozano. Historia de la Conquista del Tucumán, libro 1,Cap 26 Num,25 )
En cuanto al nombre de Colchagua, la sinonimia es más cercana todavía en el puerto de Conchagua (la diferencia es de una sola letra), situado en Guatemala y que hoy se denomina la Unión.

Análogo caso ocurre con los otros nombres nacionales, como el de Arauco que vemos reproducido en Venezuela en el río Arauca, famoso por la victoria que a sus orillas obtuvo sobre Morrillo el 2 de abril de 1819 y en Nueva Granada en los indios araucos o aruacos de que tan extensa mencione hace Julián en su Perla de Santa Marta.

Prescott cita también en su Historia de la Conquista del Perú a un don Martín de Arauco que hizo relación de la muerte de Francisco de Pizarro. Y no sería menos curioso que este nombre de Arauco haya sido importado en Chile, porque tal vocablo no existía en el idioma primitivo siendo la verdadera designación de aquel territorio de la Rag-co (agua de greda).

¿Pero se limito sólo a nuestro país y al del Perú la designación de Chile y sus equivalentes?

Nosotros encontramos ese preciso nombre en una de la más altas cadenas montañosas de Guatemala y en una de las provincias septentrionales de la China, ni más ni menos, como encontramos en la nobleza de Inglaterra un lord Maule que por cierto nada tiene que hacer con nuestro río. Simplemente coincidencias de la pronunciación y de la sintaxis humana en el lenguaje.

Chiri-Chiri, que significaría en quechua frio-frio, es el nombre de una de las más ardientes ensenadas del istmo de Panamá, un poco más al sur de la bahía de Cupica, explorada por los chilenos del corsario la Rosa de los Andes en 1820.

Pero más cercano que este vocablo está de nuestro nombre la palabra inglesa chilly que por una singularidad extraña significa también frío. Así es que con relación a este vocablo, tanto valdría decir que la etimología de Chile viene del Perú como de Inglaterra. Muchos habitantes de este último país y especialmente de los Estados Unidos donde reina mayor ignorancia sobre el mundo exterior, lo piensan instintivamente así. Cuantas veces, en verdad, no hemos oído esta definición verdaderamente yankee, del templado y dulce clima en que nacimos. –Oh¡Chili, cold, very cold Chili. (Chiri-moya, de chiri (frío) y de moyu (seno de mujer) tiene su significado poético y a la vez sumamente apropiado ya lo mencionamos que en Chile tenemos un pequeño río llamado también Chiri.

No llegamos a por esto a decir, como no sabemos cual viajero que los peruanos son descendientes de ingleses, porque Inca Man-co, su rey quiere decir english man, menos nos imaginamos, como el candoroso padre Ovalle, que el Perú fuera el antiguo Pharuin, es decir, el Ofir de Salomon, de donde—dice aquel historiador chileno—llevaban al gran rey oro, perlas y cueros de vicuñas.(Histórica Relación del Reyno de Chile. Pag. 108)

La única duda del jesuita estriba en que si aquellos cargamentos pasaron a la Tierra Santa por el Estrecho de Magallanes (Ernando de Magallahes, era de origen portugués)

O por el Cabo de Buenaesperanza… más, en cuanto a que Salomon hubiera sido el primer descubridor de la América, no había vacilación posible, porque el primero <fue más cosmografo que Cristóbal Colón y no se le pudo ocultar lo que éste descubrió>. Y éstos son desatinos de levísima cuantía comparados con los que usa otro fraile antiguo, el famoso padre García, en su más famoso libro Del Origen de los Indios, destinados a probar que los araucanos descienden de los fenicios y los patagones de los cartagineses…

No seria muy completa la presente investigación si no hiciésemos memoria de la larga lucha que el sencillo y por lo mismo enérgico y expresivo nombre indígena de nuestra patria tuvo que sostener en los primeros años de la Conquista contra la denominación oficial, dura y poco feliz, que pretendió imponerle Pedro de Valdivia.

Era la usanza y la vanagloria de los españoles el apropiar viejos nombres castellanos, extremeños, gallegos y otros a los lugares y naciones que descubrían en las Indias y de aquí que haya quedado el nombre de "Nueva Granada" y el de "Venezuela" y que México poseyera oficialmente durante el coloniaje solo el de "Nueva España".

En algunos de los conquistadores tuvo ese afán por significación, el amor al suelo natal. Pedro de Valdivia pretendió atribuirle sólo el de una galantería subalterna. "A toda la tierra que he descubierto y descubriré—decía a Hernando Pizarro, con relación a su hermano, el gobernador del Perú— llamela la Nueva Extremadura por ser el marqués de ella y yo su hechura".

Aunque arrancando de tan pobre móvil mantuvo Valdivia su bautizo con incontrastable constancia durante los catorce años que gobernó en Chile. En su primera como ultima provisión, se encuentra el sello de su poderosa voluntad, desempeñada en borrar una memoria que estaba ya tres veces consagrada por los aborígenes, por los incas y por los dos Almagros y sus bravos soldados. "Los de Chile".

En las actas del cabildo de Santiago, mientras gobernó Valdivia, la formula invariable es siempre la siguiente en el encabezamiento de cada una: "En la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo de estas provincias de la Nueva Extremadura".

En él ultimo documento público emanado del capitán extremeño, que es el nombramiento de un maestro platero, hecho en Concepción a fines de 1553, insiste todavía en llamar a Chile Simplemente "este nuevo Extremo".

Mas él habito y la fama pudo más que la tenaz voluntad del conquistador, porque desde los primeros años, las autoridades, los capitanes, los mercaderes del Perú, todos en las indias no cesaron de llamar nuestra colonia "el reino de Chile".

Otro tanto sucedía en España, cuya cancillería jamás acepto la denominación antojadiza de su primer gobernador. Así, en el nombramiento de tesorero, otorgado por Carlos V en Madrid a favor de Arnao de Cegarra, el 9de junio de 1553, doce años después de la fundación de Santiago, se menciona sólo la "provincia de Chile". Cuando más, la Corte solía mezclar el nombre de "Nueva Extremadura" con la denominación indígena y este fue el sistema empleado por el conquistador La Gasca en su correspondencia oficial, cuando pacifico al Perú. Su formula más usada era la siguiente. "Las provincias de Chile, llamadas Nuevo Extremo".

El pacificador anteponía, sin embargo, según se observa, el nombre indígena y usual, dejando la designación española como un simple apéndice.

Pero muerto Valdivia y olvidada su memoria en contiendas civiles, no tardo en desaparecer del todo la obra de sus afanes lugareños.

Don García Hurtado de Mendoza, que no había nacido en Extremadura sino en Castilla, no se cuido un solo mome4nto de la cuna de su predecesor y en el primer auto que expidió en la Serena, estableciendo el cabildo del lugar, el 5 de abril de 1557, sólo usó el siguiente formulario: "En la Ciudad de La Serena de estos Reynos y provincias de Chile". Ni en una sola ocasión aparece mencionada la Nueva Extremadura en la carta de aquel gobernador. Otro tanto hizo su lugarteniente general Pedro de Mesa, cuando, veintidós días más tarde el 25 de abril de 1557, tomo posesión del ayuntamiento "de estos Reynos de Chile".

La denominación extranjera de nuestra Patria duró de esta suerte sólo el breve espacio de dieciséis años.

De esta suerte, a nuestro humilde juicio, queda suficientemente demostrado:

1.-) Que la derivación del nombre de Chile del canto del tril, es una fábula que no resiste ni a la historia, ni a la lingüística, ni siquiera a la anatomía del pico y la laringe de las aves;

2.-) Que es un nombre indígena del país, positivamente prehistórico, es decir, anterior a la conquista incarial y al descubrimiento y conquista de los europeos;

3.-) Que fue su cuna una denominación completamente lugareña, aplicada a un valle especial, que el uso y la Conquista hicieron extensivo gradualmente a todas las comarcas del país;

4.-) Que aunque el origen del vocablo es indudablemente chileno-indígena, no se le puede asignar una significación determinada en ese idioma, por tener otras análogas o semejantes en el quechua y encontrándose en diversas comarcas de América;

5.-) Que el uso popular conservó y generalizó ese nombre nacional, a pesar de los esfuerzos puramente oficial de los conquistadores para remplazarlos por denominaciones convencionales de la Península.

Los primitivos chilenos no viven ya en pueblos sino en el fondo de sus ancuviñas -humildes sepulcros de una nación entera que el viajero suele encontrar todavía a su paso en las comarcas de que aquellos fueron, dueños, señores y mártires--.


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